Había empezado como sucede en todas las relaciones. Saliendo por lugares a tomar algo, a intentar buscar coincidencias y gustos en común - para que luego de veinte temas no poder creer que detestemos la misma película. Tomándome antes, varias horas para elegir la ropa y muchas más conversando con Mariana, mi mejor amiga, sobre lo que hizo, lo que no, lo que dijo, lo que estuvo por decir, la posición de sus ojos frente a algún evento, el detalle ese sin sentido que a mí me fascinaba, el piropo tierno, el cursi y el desubicado.
Tres novios atrás no hubiese actuado de la misma manera. Estaba predispuesta a no permitir ciertas cosas, que en otro tiempo cometí el error de dejar pasar y, poco a poco, fueron llevándome desde el cielo hacia el infierno, sin sacar boleto y en primera clase. Algunas veces lentamente y otras tan rápido que ni me enteré.
Esperaba que me dijera algo sobre la ropa que usaba, algún comentario posesivo sobre las salidas con mis amigas o al menos que se enojara sobre alguna amistad del sexo opuesto. Ya tenía preparadas cientos de frases al respecto. Era una pistola cargada. Para el tema que fuese había una exposición, una postura y algún que otro gesto magistral.
Yo creo que la independencia de una es intocable. No se puede andar cargando con los problemas de otro, bastante con los que ya se tienen. A esta altura no pienso perder el tiempo, si me vienen con planteos histéricos prefiero cortar por lo sano. La palabra “Chau” tiene un sonido que aunque corto a veces es más agradable que ciertas discusiones.
Todo esto le quedó bien claro a Tomas. Sobre todo aquel día que nombró a mi amigo Andrés y desató un desparramo de gritos, de gestos agresivos y de filosas ironías. El solo quería saber si era de su barrio porque le veía cara conocida. Pero al menos, después de eso, nunca se le ocurriría decirme que me veía con el muy seguido con él.
Otro día intentó revisar mi teléfono celular, aunque parece que estaba sonando y me lo quería alcanzar. Por las dudas le aclaré que tiene un código y que si pensaba leer mis menajes o revisar mis llamadas, que no perdiera el tiempo. No iba a dejar que alguien me espiara. Mientas se lo decía, de tanto mover los brazos, el aparato se deslizo de mis manos cayéndose al piso para dejar de funcionar. Tuve que comprarme uno nuevo que no se le podía poner código.
La verdad es que Tomas era bastante tranquilo. El nunca me jodía con nada. Quizás yo exageraba un poco. Es que a veces una tiene miedo de ciertas cosas. No quiere que se repitan situaciones que en otros momentos no supo manejar.
Cuando mi amigo Andrés no venía a casa iba yo a la de él, y tomas ni se preocupaba. Cuando salía con mis amigas mi teléfono no sonaba ni recibía mensajes inquisitorios. Mi escote podía llegar hasta el cinturón que él no iba a cerrármelo ni obligarme a cambiarme.
No me cuestionaba nada, no me criticaba ni tampoco se quejaba. Casi que ni hablaba tomas.
A Andrés lo empecé a ver el doble y le hablaba por teléfono delante suyo, intentado decir las peores cosas. Salía con mis amigas y decía que era la despedida de soltera de alguna de ellas.
Tomas no se enojaba. Nunca pensé que podría salir con alguien tan abierto de mente, tan racional y mucho menos, que eso me molestaría. No lo pude soportar. Le corte
Tampoco se molesto.
No se puso a llorar, no me pidió explicaciones. Odio decir que comprendió lo que me pasaba. Que era yo y no el. Me dio un beso y se fue para no hacerme sentir culpable.
Al día siguiente lo llame, le pedí que me perdonara, que no se merecía pasara por esto. Yo era una desconsiderada y estaba dispuesta a cambiar. Necesitaba que me diera otra oportunidad. No contesto nada, estaba dolido seguramente.
Nos seguimos viendo un tiempo más. Todo termino el día que finalmente lo engañé con Andres. Yo no pude soportar la culpa y se lo tuve que contar. Evidentemente no sentía lo mismo y no podía seguir. Igualmente tampoco se enojó.
A los dos días volvió a casa para hablar y seguir revolviendo el tema. Yo no podía más y no sabía qué hacer. El, igualmente, se sentó en el sofá sin decir nada. No sé lo que quería. Se que me equivoque y que lo hice sufrir, pero ya esta, ya no podía hacer nada. Encima me ponía esa cara, esa mirada inocente, hacia que mi estomago se desintegrara como una cucaracha después de ser aplastada por una chancleta. Así me dejo y se fue otra vez.
A los dos días también se quedo mirándome desde el sofá. Le suplique que me dijera que le pasaba. Ni se dignó a contestar.
Las siguientes visitas le pedí que se fuera hasta echarlo. Le pegaba, pero él se acomodaba y sin forcejear terminaba entrando y se sentaba en el sofá. Y otra vez la mirada inocente.
Nunca la pase tan mal. Llego un punto que fue tan insoportable que me rendí. Había una hora en que ya dejaba la puerta abierta para que el entrara. Luego de un tiempo me di cuenta que no molestaba y hasta me acostumbre.
Dejé de sentirme mal. Le contaba mis cosas y a veces le preparaba algo para que comiera. El con gusto aceptaba todo lo que le daba y sonreía con las cosas que le contaba. Cada vez me caía más simpático.
A Martin, mi nuevo novio, le costó al principio. No entendía nuestra relación. Le clavaba una mirada penetrante, como advirtiéndole que no se le ocurriera intentar nada de nuevo. Cada tanto me hacia una escena al respecto. Tomas, en cambio, muy educado no decía nada.
Un día lo encontré con mi celular en la mano. Pero no me costó mucho deducir que Martin, luego de haberlo revisado, se lo dejó a él. El día anterior había salido con mis amigas. No sé que quería encontrar porque esa noche todas las llamadas y mensajes habían sido de suyos.
Comenzó a venir con menos frecuencia, hasta no volver más. Al principio, sentí que me había librado de un problema, pero después anduve con un vacio insoportable a cuestas. Esperaba que volviera a sentarse en el sofá. Miraba la marca que en él había dejado con melancolía, llenándola con mis lágrimas. Cada vez que lloraba Martin se enojaba conmigo y cuando lo quise ir a buscar me dijo que el escote era de puta y me lo tuve que cambiar.
Emiliano Canis
jueves, 6 de mayo de 2010
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