jueves, 6 de mayo de 2010

La marca del sofá

Había empezado como sucede en todas las relaciones. Saliendo por lugares a tomar algo, a intentar buscar coincidencias y gustos en común - para que luego de veinte temas no poder creer que detestemos la misma película. Tomándome antes, varias horas para elegir la ropa y muchas más conversando con Mariana, mi mejor amiga, sobre lo que hizo, lo que no, lo que dijo, lo que estuvo por decir, la posición de sus ojos frente a algún evento, el detalle ese sin sentido que a mí me fascinaba, el piropo tierno, el cursi y el desubicado.

Tres novios atrás no hubiese actuado de la misma manera. Estaba predispuesta a no permitir ciertas cosas, que en otro tiempo cometí el error de dejar pasar y, poco a poco, fueron llevándome desde el cielo hacia el infierno, sin sacar boleto y en primera clase. Algunas veces lentamente y otras tan rápido que ni me enteré.

Esperaba que me dijera algo sobre la ropa que usaba, algún comentario posesivo sobre las salidas con mis amigas o al menos que se enojara sobre alguna amistad del sexo opuesto. Ya tenía preparadas cientos de frases al respecto. Era una pistola cargada. Para el tema que fuese había una exposición, una postura y algún que otro gesto magistral.

Yo creo que la independencia de una es intocable. No se puede andar cargando con los problemas de otro, bastante con los que ya se tienen. A esta altura no pienso perder el tiempo, si me vienen con planteos histéricos prefiero cortar por lo sano. La palabra “Chau” tiene un sonido que aunque corto a veces es más agradable que ciertas discusiones.

Todo esto le quedó bien claro a Tomas. Sobre todo aquel día que nombró a mi amigo Andrés y desató un desparramo de gritos, de gestos agresivos y de filosas ironías. El solo quería saber si era de su barrio porque le veía cara conocida. Pero al menos, después de eso, nunca se le ocurriría decirme que me veía con el muy seguido con él.

Otro día intentó revisar mi teléfono celular, aunque parece que estaba sonando y me lo quería alcanzar. Por las dudas le aclaré que tiene un código y que si pensaba leer mis menajes o revisar mis llamadas, que no perdiera el tiempo. No iba a dejar que alguien me espiara. Mientas se lo decía, de tanto mover los brazos, el aparato se deslizo de mis manos cayéndose al piso para dejar de funcionar. Tuve que comprarme uno nuevo que no se le podía poner código.

La verdad es que Tomas era bastante tranquilo. El nunca me jodía con nada. Quizás yo exageraba un poco. Es que a veces una tiene miedo de ciertas cosas. No quiere que se repitan situaciones que en otros momentos no supo manejar.

Cuando mi amigo Andrés no venía a casa iba yo a la de él, y tomas ni se preocupaba. Cuando salía con mis amigas mi teléfono no sonaba ni recibía mensajes inquisitorios. Mi escote podía llegar hasta el cinturón que él no iba a cerrármelo ni obligarme a cambiarme.

No me cuestionaba nada, no me criticaba ni tampoco se quejaba. Casi que ni hablaba tomas.

A Andrés lo empecé a ver el doble y le hablaba por teléfono delante suyo, intentado decir las peores cosas. Salía con mis amigas y decía que era la despedida de soltera de alguna de ellas.

Tomas no se enojaba. Nunca pensé que podría salir con alguien tan abierto de mente, tan racional y mucho menos, que eso me molestaría. No lo pude soportar. Le corte

Tampoco se molesto.

No se puso a llorar, no me pidió explicaciones. Odio decir que comprendió lo que me pasaba. Que era yo y no el. Me dio un beso y se fue para no hacerme sentir culpable.

Al día siguiente lo llame, le pedí que me perdonara, que no se merecía pasara por esto. Yo era una desconsiderada y estaba dispuesta a cambiar. Necesitaba que me diera otra oportunidad. No contesto nada, estaba dolido seguramente.

Nos seguimos viendo un tiempo más. Todo termino el día que finalmente lo engañé con Andres. Yo no pude soportar la culpa y se lo tuve que contar. Evidentemente no sentía lo mismo y no podía seguir. Igualmente tampoco se enojó.

A los dos días volvió a casa para hablar y seguir revolviendo el tema. Yo no podía más y no sabía qué hacer. El, igualmente, se sentó en el sofá sin decir nada. No sé lo que quería. Se que me equivoque y que lo hice sufrir, pero ya esta, ya no podía hacer nada. Encima me ponía esa cara, esa mirada inocente, hacia que mi estomago se desintegrara como una cucaracha después de ser aplastada por una chancleta. Así me dejo y se fue otra vez.

A los dos días también se quedo mirándome desde el sofá. Le suplique que me dijera que le pasaba. Ni se dignó a contestar.

Las siguientes visitas le pedí que se fuera hasta echarlo. Le pegaba, pero él se acomodaba y sin forcejear terminaba entrando y se sentaba en el sofá. Y otra vez la mirada inocente.

Nunca la pase tan mal. Llego un punto que fue tan insoportable que me rendí. Había una hora en que ya dejaba la puerta abierta para que el entrara. Luego de un tiempo me di cuenta que no molestaba y hasta me acostumbre.

Dejé de sentirme mal. Le contaba mis cosas y a veces le preparaba algo para que comiera. El con gusto aceptaba todo lo que le daba y sonreía con las cosas que le contaba. Cada vez me caía más simpático.

A Martin, mi nuevo novio, le costó al principio. No entendía nuestra relación. Le clavaba una mirada penetrante, como advirtiéndole que no se le ocurriera intentar nada de nuevo. Cada tanto me hacia una escena al respecto. Tomas, en cambio, muy educado no decía nada.

Un día lo encontré con mi celular en la mano. Pero no me costó mucho deducir que Martin, luego de haberlo revisado, se lo dejó a él. El día anterior había salido con mis amigas. No sé que quería encontrar porque esa noche todas las llamadas y mensajes habían sido de suyos.

Comenzó a venir con menos frecuencia, hasta no volver más. Al principio, sentí que me había librado de un problema, pero después anduve con un vacio insoportable a cuestas. Esperaba que volviera a sentarse en el sofá. Miraba la marca que en él había dejado con melancolía, llenándola con mis lágrimas. Cada vez que lloraba Martin se enojaba conmigo y cuando lo quise ir a buscar me dijo que el escote era de puta y me lo tuve que cambiar.

Emiliano Canis

martes, 1 de diciembre de 2009

La rebelión de las ranas

La lluvia había sido constante durante varias semanas, pero no fue esa la razón.

No sé tampoco si había necesidad de una razón : Tanta pasividad era para tener en cuenta, siempre que todo está calmo, significa que algo está por suceder.

Quizá no tengan ninguna queja, y tampoco necesiten generar algún cambio en la humanidad : Tan solo salieron de sus pozos húmedos y se dedicaron a atacar.

Pero uno puede imaginar eso del mercado de valores, de una plaza, cuando mira una película “western”, pero no de que fuese originado por simples ranas, ya que nadie hubiera podido imaginar que había tantas, y tan feroces..!...

Aparentemente no tienen ninguna ideología política, sus movimientos no son los de un grupo que quisiera tomar el poder. Se desconoce quién las dirige, cual es su líder, ni cual si ideología, en caso que la tengan...

No son pacificas, claro está, pero tampoco poseen armas : Su único elemento de ataque, es la cantidad.

En el Congreso se demoran en dictar leyes que prohíban la vida de las ranas : Las manifestaciones ecologistas y “pro-animales” se agolpan en la puerta. Nadie los reprime, aunque en un momento la multitud se dispersa. No fueron los carros hidrantes quienes avanzaron sobre la plaza, no volaron gases lacrimógenos. Las mismas ranas rozaron los tobillos de sus defensores, dejando en el piso a varios de ellos, a quienes mató la desesperación.

En la Cámara Baja hay un gran alboroto. La gente colma el recinto, pero entre los diputados muertos, los que se refugiaron en su casa y los que aprovechan la “movida” política no se llega al quórum. Estos resbalosos son difíciles de atrapar...y además todavía no hay orden de captura.

Los Medios de Informaciónponen en alerta a la ciudad. La gente desesperada comienza a correr por las calles sin direccion alguna.. Esto dificulta el paso del Ejercito , que tiene orden de reprimir y de hacer fuego a discreción.

Sin embargo, el correr de los pobladores aplasta a varias de la ranas que cruzan las veredas.El ataque sigue.

Algunas barricadas frenan el avance. Pero ¿cómo se libra una guerra contra seres que no se sabe lo que buscan?

Una multinacional tabacalera, por medio de una licitación directa, firmada por decreto ,logra proveer al estado de 3 millones de cigarrillos. Los mismos son encendidos y lanzados desde el aire,para satisfaccion de las ranas, que los toman ávidamente. aunque algunos son fumados por la gente que toma todo lo que es gratis y también por aquellos que quieren “un pucho antes de morir”.

Las ranas fuman y poco a poco se van inflando y explotando una por una. Los cigarros funcionan a la perfección.

Al día siguiente Buenos Aires amaneció teñida de verde y rojo. La mirada perdida de las ranas deja ver un rastro satisfacción, de morimos por una causa justa.Mas adelante , una ley de amnistía dejo con vida a las pocas ranas que no tomaron los cigarrillos.

Algunos dicen que fue la tabacalera que promovió dicha legislación, para futuras ventas.

Otros , comentaron que también fueron ellos quienes mandaron a las ranas..

Emiliano Canis

Buenos Aires

Yo camino por Buenos Aires y me demoro, acaso ya mecánicamente, para mirar el arco de un zaguán y la puerta cancel;
"Borges y yo" - Jorge Luis Borges



Buenos aires te hace sentir que siempre estas de paseo. Todo es tan propio y ajeno. Tan extraño y común. Uno es espectador y participe del espectáculo. Es un teatro donde las butacas, son el escenario.

Sus calles te llevan y te pierden. Un negocio te distrae de lo que estabas viendo en otro. El de al lado repite la misma acción, así con cada uno. Y se te hace tarde, terminas lejos o decidís pasear. Pero aquí, esa decisión, no depende de uno. Aquí uno no es libre, pero te libera.

Uno siempre es extranjero; esa sensación es lo que te hace nativo.

Las cosas pasan, no sabe uno por qué. Se pregunta y a la vez las engendra. Las siente tan lejanas, tan ajenas, así es como se hacen propias las cosas de esta ciudad.

El tango que suena. Que habla para siempre, como un relato mitológico, como algo escrito por alguien que no existió. Que uno lo busca y jamás lo encuentra, y de repente ahí, sin notarlo, apareció, entre recuerdos que no te acordás y sensaciones que no tenés. Ahí está, como doliendo. Te corta, pero no sangras, no encontrás la cicatriz.

Uno se acostumbra a no acostumbrarse nunca. A saber que hay siempre algo nuevo. Nada es tan sorprendente y pomposo. Las cosas se esconden entre la luz que no les da.

Aca el oro no brilla y se lustra con los ojos.

¿Que dirán de nosotros los turistas? No se, no los entiendo, pero podría hacerlo. Algo imposible de hacer, con esta ciudad.

jueves, 24 de septiembre de 2009

Conversaciones 6

- Se me pasó Marisa. En esta relacion la responsabilidad es responsabilidad tuya.

jueves, 3 de septiembre de 2009

sábado, 11 de julio de 2009

Olvido

Uy,.. que bronca que le daba. Cada vez que pasaba apretaba los dientes con toda su fuerza. Se sentía como con las manos atadas de no poder hacer nada. Lo que lo ponía mal eran dos cosas, primero que ya había pasado mil veces y segundo que, por eso, había hecho todo lo que estaba a su alcance para evitarlo. Pero, igualmente, sucedía, una vez más.

Leandro se olvidaba, si como todos alguna vez, se olvidaba, solo que un poco más seguido. Ese era su pecado y, también, su castigo.

No se sabe si por apurado, por despistado o por alguna preocupación. Sea lo que sea, el siempre se olvidaba. En la escuela confundía los días de los exámenes. Varias veces se perdió la excursión al planetario por no traer la autorización. En su casa quemó todo tipo de comidas, dejó morir de inanición a su pez Martin e inundó el baño junto al pasillo que lo secundaba.

El, era su propia víctima y su más terrible verdugo. Sufría mucho. Sufría porque no sabía cómo hacer para vencerse. Pero más lo hacía cuando, a su propio tormento, se le sumaba el de un jefe, un superior o cualquiera, con autoridad suficiente, para fruncirle el seño.

Desde ya que esto empeoró cuando inicio su camino laboral. Perdió llaves, se le “pasaron” reuniones, confundió fechas de entrega y reenvió mails confidenciales a personas que no correspondía. No lo echaron de ningún lugar, pero transpiró en varias oportunidades. Llegó al punto de no tener que dar explicaciones. La gente lo miraba y ya sabía lo que venía. Directamente giraban la cabeza para otro lado y le decían que lo solucione.

Era como si preparara la canasta con las galletitas, el mate, el termo, la yerba, la manta y al llegar al parque, descubrir que le faltaba “tan solo” la bombilla.

Intentó armando listas, dejando todo preparado, pero siempre algo faltaba.

A decir verdad, algunas de estas cosas le iban funcionando de a poco. Las llaves las ataba a su cinturón. Cuando tenía una reunión sonaban todo tipo de recordatorios, despertadores, alarmas y gente de buena voluntad y memoria que se encontraba previamente avisada. Antes de salir contaba todo y miraba para todos lados. Se la pasaba repasando todo lo que tenía que hacer. Llegó a tener dos copias del pasaporte.

Los resultados también fueron cambiando. Los seños fruncidos fueron reemplazados por apretones de manos, seguidos de ascensos laborales. Llegar antes a los encuentros ejecutivos le permitía preparar mucho mejor las presentaciones. Fue ganando mucha confianza.

Solo se olvidaba de los nombres, eso sí. La mayoría de las veces utilizaba extrañas formulas que mientras que no se confundan, funcionaban a la perfección. Pero evitaba todo esto llamando a los hombres “capo” y a las mujeres “corazón” o “señorita”.

Hasta que un día sucedió. A la tarde de un día soleado de Octubre, Leandro no se olvido más de nada.

Estaban ahí todas sus cosas, en el escritorio. La computadora pasaba de pantallas a toda velocidad. La birome firmaba cosas. La abrochadora saltaba para todos lados. El celular llamaba a sus clientes y a sus proveedores.

La gente de la oficina, sorprendida, se acercaba a su box. No entendían lo que pasaba. Todas sus cosas parecían tener vida. Se movían como si el estuviese allí.

Leandro se había olvidado de sí mismo.

lunes, 22 de junio de 2009

Frase sola

"Algunos te cierran los ojos para que no veas la realidad, otros, en cambio, lo hacen para que imagines otra"