El señor mas importante de la ciudad del Valle de Santa María decidió, por medio de la comitiva que lo apoyaba, instalar sobre la torre principal del edificio municipal un artefacto imponente para destacar su gestión.
Este artefacto tenia forma circular además de dos agujas que giraban de derecha a izquierda. Casi toda la comuna estuvo presente el día de la inauguración, se vendieron miles de sándwiches y masas, la banda toco melodías acordes a la situación y los niños del colegio cantaron la canción de la ciudad. Todos aplaudieron cuando el señor mas importante subió al escenario, “no dijimos más de lo que hicimos y no hicimos más de lo que dijimos” fue la frase que cerró el famoso discurso, que luego fue utilizada de manera excesiva e inadecuada por todos los que la escucharon y también por los que no. Se procedió a cortar una cinta simbólica que estaba atada a dos postes y todos aplaudieron otra vez.
El artefacto mostraba su imponencia allí en lo alto, cada turista que llegaba a la ciudad no dejaba de contemplarlo con obsesivo detenimiento. Las postales eran todas fotos, dibujos, esquemas y alusiones a este maravilloso instrumento de la mecánica moderna. Por las noches la iluminación que poseía hacia parecer que todo era oscuro.
El matrimonio De la Torre fue el primero en casarse bajo las famosas agujas, tradición que fue adoptada por todas las familias acomodadas. Todo había cambiado desde la construcción del monumento. A la gente se la veía alegre y feliz, se saludaban y daban cumplidos. En las cuadras aledañas mismo, se instalaron lujosos cafés, empresas de espectáculos, casinos y bancos de nombres cortos.
Cada día se juntaba gente alrededor de la construcción. A medida que pasaba el tiempo, la cantidad era mayor. Miraban como hipnotizados el lento girar de las agujas. Lógicamente la gente más elegante se acercaba más.
La primera en girar fue la madre del señor más importante de la ciudad, actitud que fue acompañada por los que estaban a su lado. Todos los presentes quedaron sin entender que estaba pasando, pero como la gente que estaba más adelante era parte del movimiento, el ritual avanzó a lo largo de toda la plaza. Quienes pasaban por ahí se sumaban. Antes de preguntar la razón de dicho acontecimiento, se escurrían entre las filas y, como conociendo todo, seguían al movedizo gentío.
La ronda giraba en una velocidad constante, el tiempo pasaba pero nadie se frenaba. Algunos se miraban entre sí, pero como el de al lado continuaba a paso firme, no podían ser menos y lo seguían también.
A mediados de la madrugada, quizás por el temblor de tantos pasos, o por la calidad de los mecanismos, con un fuerte ruido las agujas se frenaron. La gente quedo estatica en su lugar. Los de mas atrás tratando de que nadie los vea se fueron llendo, como escapándose. Al ver esto todos vovieron a sus casa y la plaza quedo vacia.
Al otro día nadie menciono lo acontecido. Nadie jamás dijo que fue parte de la ronda. El artefacto no funcionó más y tampoco se reparó. Los lujosos cafés fueron cerrando sus puertas. Los bancos, que no dejaron la ciudad, cambiaron la zona de sus sucursales. La ciudad del Valle de Santa María volvió a ser lo que era antes, pero ahora tenia una historia que nadie quería contar.
miércoles, 11 de marzo de 2009
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buen relato Canis
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